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SOSTENIBILIDAD | 30.12.2020

La pandemia nos empuja al transporte privado

Marta Villalba

Esteban Viso

Cuando empezó el confinamiento a raíz del coronavirus como medida extrema para tratar de frenar el crecimiento exponencial de los contagios, el transporte público sufrió una increíble recesión en cuanto al número de viajeros.

Las restricciones a la movilidad consiguieron que las ciudades se vieran, por primera vez, vacías de vehículos a motor, de personas y de cualquier medio de transporte que no fueran los esenciales durante las semanas que duró el encierro.

Hace tiempo, el Instituto Nacional de Estadística publicaba las estadísticas de transporte de viajeros en España con unos datos realmente impactantes: el mes de julio, esta modalidad de transporte crecía un 32,1% con respecto al mes de junio (206,6 millones de viajeros frente a los 156,5 millones en junio).

La realidad es que, en los siete primeros meses de 2020, el número de viajeros se redujo casi a la mitad con respecto al mismo periodo de 2019, en prácticamente todas las modalidades.

Pero, ¿qué pasa en el resto del mundo? Grosso modo, los números han sido dispares. Por ejemplo, Francia sufrió el peor dato de uso del transporte público, incluyendo una disminución del 92% en Lyon y del 85% en Niza.

En los Estados Unidos se registraron datos muy significativos, como la disminución del 18,65% de pasajeros en el sistema de metro de la ciudad de Nueva York el 11 de marzo en comparación con el año anterior.

El número de pasajeros de los autobuses de la ciudad de Nueva York disminuyó en un 15%, el de los ferrocarriles de Long Island en un 31% y el del Metro-Norte en un 48%.

En general, las características del transporte público (espacios compartidos por múltiples pasajeros desconocidos entre sí) no son un incentivo muy agradable en tiempos de pandemia, a pesar de que se haya generalizado el uso de las mascarillas como algo obligatorio en la mayor parte de los países.

 

El transporte público se recupera, pero el coche de segunda mano gana más terreno

En la actualidad, el transporte público sigue ganando viajeros paulatinamente aún con las restricciones sobre el número de viajeros (aforo).

A pesar de ello, es muy difícil que volvamos pronto a los números de 2019 y, mientras tanto, el coche de segunda mano es el vehículo que gana más terreno en estas fechas. Esto tiene varias implicaciones, pero, de entrada, supone volver a caer en los riesgos medioambientales que parecía que íbamos controlando antes de la pandemia.

En pocas palabras, se están vendiendo muchos vehículos de ocasión muy antiguos como alternativa al transporte colectivo para desplazarse al puesto de trabajo. En concreto, un informe del Instituto de Estudios de Automoción revela que entre julio y agosto se han vendido en España más de 43.000 coches con más de 20 años de antigüedad.

Esto, que por un lado supone que las ventas han crecido en un 31% en ese periodo (y que, en el fondo, se trata de buenas noticias para el sector de la segunda mano), implica que se han introducido en la circulación coches que, por su año de fabricación, no cumplen con las nuevas normas medioambientales. No está prohibido circular con ellos, eso sí, salvo en zonas específicas.

El porqué de este aumento del negocio de la segunda mano está, por un lado, en la faceta económica, ya que se trata de coches que se pueden adquirir desde 500 euros, y cuyo precio medio se sitúa en los 1.400 euros. Por otro lado, es una cuestión de seguridad percibida: vemos más seguro trasladarnos en nuestro vehículo privado que hacerlo en un servicio público, en el que no tenemos control sobre quién lo utiliza. 

El parque de vehículos, polarizado entre coches nuevos y muy viejos

El parque de vehículos en Europa tiene una media de 10,5 años, según los datos publicados en motor1.com en 2018. En España nos encontramos con una edad media de casi 12 años, mientras que en países como Rumanía o Lituania se superan los 16 años de antigüedad.

Al aumentar las ventas de estos coches de ocasión con más de 20 años, lo que sucederá es que el parque de vehículos se verá más polarizado que nunca entre coches nuevos y coches muy viejos. Esto es algo que va totalmente en contra de todas las medidas destinadas a la renovación paulatina de dicho parque, lo que supone dar muchos pasos hacia atrás. Además, el uso que se da a estos coches tan antiguos es, esencialmente, para ir a trabajar. Es decir, un uso para distancias cortas o medias, dependiendo de los trayectos, pero siempre distancias mucho más cortas que las que se recorren en los viajes típicos de vacaciones y ocio. 

El problema está en las emisiones de gases contaminantes, que en coches tan longevos es mucho mayor que en el caso de los coches nuevos. Esto se entiende comprendiendo, por ejemplo, las normas Euro anticontaminación, que son cada vez más restrictivas con todo tipo de motores de combustión interna.

Preocupa el hecho de que el transporte de viajeros no se haya adaptado en condiciones a la nueva situación de pandemia o, al menos, que no se hayan sabido comunicar con eficacia aspectos como las medidas de higiene disponibles, las normas de distanciamiento en el transporte, siempre que sea posible, o bien cambiar las frecuencias o incrementar los vehículos para dar un servicio similar al mundo anterior al coronavirus.

Lo que sí es cierto es que es difícil competir contra esos coches de más de 20 años que se pueden adquirir por unos pocos cientos de euros y que, a la postre, nos están contaminando a todos a pesar de que, desde un punto de vista subjetivo, ofrecen esa sensación de seguridad aparente.