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COMPROMISO| 15.12.2021

Begoña Ibarrola: “Hay que formar la educación emocional en los jóvenes, porque cada vez gestionan mayor incertidumbre”

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BEGOÑA IBARROLABegoña Ibarrola, psicóloga, escritora infantil y juvenil especialista en inteligencia emocional, participó recientemente en una jornada sobre Derechos de la infancia y mediación parental en el contexto digital -apoyada por Fundación MAPFRE-, en la que resaltó la importancia de fomentar la responsabilidad en los jóvenes y el uso adecuado de las tecnologías. Insiste en la necesidad de dialogar con ellos, de fomentar desde la infancia una autoestima realista, procurando equilibrar el actual mundo de inmediatez con una reflexión pausada, haciendo amigos desde edades tempranas y adquiriendo habilidades esenciales como la resiliencia y la empatía.

¿Qué peligros relacionados con las nuevas tecnologías acechan a niños y jóvenes, y cómo pueden los padres fomentar un uso responsable de las mismas?

Las nuevas tecnologías son muy atractivas y un uso inadecuado -por tiempo excesivo, por ejemplo- puede traer consigo un aislamiento social peligroso; a veces es mucho más gratificante encontrar cosas, buscar información y relacionarte a través de las redes, que mediante el contacto directo. Para mí el problema es bastante grave, así como las amenazas contra la privacidad: determinados niños y adolescentes no distinguen el ámbito privado del ámbito público y pueden correr el riesgo de publicar cosas que luego no querrán seguir viendo en la red y que, a lo mejor otros compartirán o utilizarán en su contra. También hay casos de ciberacoso, una forma de violencia indirecta que puede causar mucho daño. Hay niños que no se atreverían a una agresión física directa, pero sí a hacer daño moral a través de las redes. Finalmente, creo que hay un problema cada vez de acceso a informaciones inadecuadas para la edad de muchos niños.

Lo único que pueden hacer los padres es fomentar un uso responsable a través de la educación, no solamente impidiéndoles que tengan acceso a determinados contenidos, sino ayudándoles a desarrollar herramientas de tipo emocional. Pero la responsabilidad se desarrolla poniéndola en práctica, como cualquier habilidad, en función de la edad y la madurez de los hijos. Requiere un acompañamiento de los hijos, mucho diálogo y mucha intervención, también directa. Está claro que un niño o un joven que es responsable utilizará con esa misma responsabilidad la tecnología.

¿Qué considera más efectivo, educar y compartir buenas prácticas -base de la mediación parental-, o vigilar y controlar sus perfiles y tiempos de uso?  ¿O una combinación de ambas?

Yo creo que se pueden combinar ambas estrategias, unas más reguladoras o restrictivas, mediante programas que impiden acceder a determinados contenidos -como Family Link de Google, u otros- y controlar el tiempo, previa explicación a los hijos sobre esta intervención para que la entienda como una medida educativa. Para educar se necesita amor y límites en todos los aspectos, también en el contexto de las TIC. Cuando los niños son más pequeños, nuestro nivel de restricciones será mayor; a medida que vayan teniendo 9 o 10 años, ya podemos negociar e incluso pactar una posible ampliación del tiempo de uso o permitir un acceso a determinados contenidos, pero con el adulto delante, dándole la posibilidad -acompañado- de ver esa información por la que siente curiosidad. La comunicación es clave.

¿En qué medida pueden influir otros factores, edad, responsabilidad…?

Yo, como psicóloga y habiendo trabajado con colegas que son neurólogos, creo que habría que circunscribir el acceso a las tecnologías hasta los 6 años a hablar con los abuelos, enseñar una foto desde el teléfono y poco más. Hasta los 12 años, se puede permitir una práctica tutelada, lo mismo en chicos que en chicas. En mi opinión, hasta los 12 no tienen madurez para manejarse en las redes. La franja desde los seis años hasta esa edad debería servir para construir relaciones sociales satisfactorias: edificar una red de amigos reales y estar muy abiertos al mundo. Evidentemente se puede chatear, jugar juntos a videojuegos, pero el tiempo de juego y contacto, en vivo y offline, es esencial. Cuando, de forma temprana, se introducen en el mundo virtual pierden cosas que después es muy difícil recuperar. He visto a muchos jóvenes de 12 años sin entrenamiento en hacer amigos. Son aprendizajes que tienen su momento madurativo. A partir de la adolescencia han tenido problemas tremendos y se refugian en las tecnologías para compensar la ausencia del tú a tú.

“Autoestima, resiliencia y empatía son pilares para construir el futuro” 

Como experta en educación emocional, ¿qué deben aprender los niños?

La primera habilidad emocional que un niño tiene que adquirir es la autoestima basada en el autoconocimiento. Tiene que ser una autoestima realista, confiar en sus propias capacidades, darse cuenta de que tiene también limitaciones, no tiene que dar una imagen ideal de sí mismo, sino aceptarse como es. Así estamos ayudando a prevenir esa adicción a los likes, al “me gusta” continuo que buscan muchos adolescentes y se sentirán más seguros después de lo que compartan en redes. Va también de la mano la asertividad: poder dar una opinión y otros decirle que están en contra sin que le afecte.

Por otro lado, es importante que niños y adolescentes entiendan que la emocionalidad es una dimensión que aporta riqueza a la vida. Hay que educarla; todas las emociones con las que venimos a este mundo –alegría, tristeza, miedo, enfado, sorpresa, incluso asco– son valiosas. Sirven para para adaptarnos a multitud de situaciones y responder ante ellas. ¿Qué sucede? En las redes prolifera la tiranía de la alegría y pareciera que todo el mundo tiene que estar contento y compartir sonrisas … Con una buena conciencia emocional, el niño o adolescente sabe que la vida es multicolor y están presentes todas las emociones: con sus buenos amigos puede compartir momentos de tristeza, preocupaciones, enfrentarse incluso a sus miedos y recibir ayuda. Tampoco tiene que ser esa cara bonita… Sobre todo las chicas son muy proclives a esas imágenes que, a menudo, plantean del cuerpo ideal. Se comparan y si no tienen buena autoestima y conciencia emocional, pueden pensar en emular.

Luego es muy importante el autocontrol emocional, la regulación de las emociones, también en internet y redes sociales donde hay mucha impulsividad. Las redes e internet, en general, permiten descargar mucha rabia y frustración. Se puede hacer mucho daño con palabras, imágenes o mensajes de los que luego puede uno arrepentirse, pero ya están enviados. La empatía es fundamental para darte cuenta de que lo que haces en las redes o en Internet puede afectar a otros. Se tienen que poder preguntar, ¿cómo expongo o digo esto, cómo lo expreso? Esa reflexión va a impedir que cometan actos violentos, incluso a distancia, o que se relacionen de forma grosera. Yo creo que con esas capacidades emocionales nuestros niños y jóvenes estarían bien preparados para manejarse en este mundo de inmediatez. En el mundo real las cosas no ocurren automáticamente, hay procesos.

¿Cómo estamos en este momento? ¿Qué han ganado y perdido los jóvenes?

Creo que hay un gran nivel de malestar. Lo dicen las estadísticas de las consultas de psicología y psiquiatría, que se han triplicado desde la pandemia y también los suicidios desde el confinamiento. Hay una mala educación emocional y carencia de habilidades para hacer frente a las dificultades. No son resilientes, porque nadie les ha enseñado a serlo. Uno no puede elegir cantidad de cosas en la vida y hay que adaptarse. Nuestros niños no saben diferenciar lo que tienen que asumir, las cosas que no pueden cambiar, de las que sí. Creo que la infancia de hace 40 años era mucho más libre, había más tiempo para jugar en la calle y los adultos estaban más pendientes, porque tenían más tiempo disponible. Eran épocas de mucha creatividad, porque había que inventar juegos, y de menos estrés que ahora, y tenía una ventaja: podías compartir con los abuelos, había un contacto intergeneracional que aportaba un poso de sabiduría y coherencia. Muchas veces contabas a los abuelos cosas que no sabían los padres. Hoy los críos no es que sean menos creativos, lo son, pero a otro nivel. A lo mejor online, pero se aburren porque no saben cómo dar contenido al tiempo libre y se hacen adictos a la tecnología por aburrimiento. Entonces, conectan, pero pierden contacto con los adultos, no tienen tanta referencia, ni posibilidad de imitar. Los niños de ahora sufren estrés. Antes era impensable encontrar en consulta a un niño con ese problema. Hay problemas de depresión infantil que aparecen a los cuatro años y antes no aparecían hasta los 14. En salud mental, estamos peor.

Hemos perdido también entornos naturales para vivir, hay menos paciencia hoy: antes, hasta para inflar una rueda de la bicicleta tenías que pasar mucho tiempo y se iba la tarde en prepararla para dar un paseo corto…

Hay otro problema: estamos acelerando las etapas. Queremos que los niños sean adultos, queremos que los adolescentes sean maduros, pero el cambio de estación lleva su tiempo…

Y, en mi opinión, el listón académico está siendo un factor de estrés. Hay contenidos que ahora dan en bachillerato que antes se aprendían en segundo de carrera. Es como si se quisiera desarrollar la dimensión cognitiva en plan competitivo, saber idiomas, informática… No hay tiempo libre para desarrollar hobbies y es un problema porque evidentemente el desarrollo infantil requiere tiempo libre y de encuentro con iguales,  pelearse y resolver conflictos. Pero hay una cosa que hemos ganado. Por supuesto, el acceso a la información: hoy en día puedes aprender todo lo que quieras.

Todo parece estar sobrecargando la dimensión cognitiva…

A veces se quedan en un aprendizaje superficial. Esta infancia y esta juventud está mucho más abierta al mundo, antes no sabíamos… Esto permite abrir la mirada hacia problemas del mundo y ser más solidarios, tener acceso a recursos mundiales, viajar… Lo que me preocupa es que muchos conocimientos sin falta de madurez pueden dar lugar a cerebros muy preparados, pero personalidades muy frágiles. Estamos viendo que esta gran fragilidad emocional que tienen es psicológica, porque no se ha cuidado su mente, no se ha cuidado sus emociones y no se le ha dado herramientas para hacer frente a las dificultades. Por eso defiendo que se introduzca la educación emocional en las aulas como una estrategia para mejorar la calidad de vida de nuestros jóvenes y niños, y que sepan que en la vida la posibilidad de que solo haya momentos buenos es muy remota. Para ésos no se tienen que preparar, pero para los malos momentos, sí, y para gestionar la incertidumbre, porque gestionar la incertidumbre va a más. Vivimos en una sociedad en la que poca gente puede hacer predicciones a un año vista. Eso nos obliga a hacer planes con realismo, a ponernos metas realistas, a ir poco a poco e ir observando también qué pasa en el entorno, aprendiendo a ser flexibles y a adaptarnos.

¿Puede compartir alguna estrategia que esté funcionando?

Una de ellas es empoderarles, ayudarles a que descubran en sí mismos sus propias fortalezas y poderes que no dependen de nadie externo. Tiene mucho que ver con la autoestima, pero también permitirles ser conscientes de que con sus talentos pueden cambiar el mundo. Yo creo que hay una gran desilusión en nuestros jóvenes pensando que el mundo ya está hecho. ¡Y no, hay que decirles tú formas parte de la posible transformación del mundo! ¿Qué talentos tienes? Que sepan que sus talentos pueden transformar el mundo y tengan una automotivación para hacerlo son herramientas muy válidas. Con eso ya pones en marcha sus cerebros, sus mentes y sus corazones. Debemos confiar en ellos, les debemos dar herramientas para que construyan su propio camino, pero desde el elogio, no desde la crítica. Confiar en ellos como posibles transformadores de cosas que hemos hecho mal en el pasado, porque les estamos dejando un mundo bastante fastidiado. Si ellos están bien, pueden emanar bienestar hacia los demás; si están mal, no van a contribuir al bienestar de la sociedad.

La mayoría piensa que seguramente no va a tener trabajo. Yo siempre les digo que tendrán un empleo que hoy no existe. El emprendimiento creo que también es una vía para marcar la diferencia y provocar cambios.

¿La autoconfianza es la gran herramienta para desarrollarse y ser resiliente?

Si tuviera que concentrarlo en fortalezas importantes, creo que serían tres. La resiliencia engloba muchas de ellas. Resiliencia y autoestima son pilares sobre las cuales una persona puede construir su futuro y crecer en equilibrio. Pero son habilidades personales, así que yo incluiría una tercera: empatía, que es interpersonal. Estamos en un mundo interconectado. Las empresas a día de hoy una de las habilidades que más valoran es la persona empática que puede convivir, compartir y resolver conflictos por la vía pacífica y del diálogo.

¿Y qué podemos hacer las empresas para fomentar la educación emocional?

Las organizaciones, en general, deberían confiar un poquito más en los jóvenes, porque son el futuro. Ayudándoles a que sean emprendedores, a que tengan ideas, a que sean creativos, aunque sus ideas no estén del todo pulidas…. Soy muy partidaria de fomentar prácticas en empresas y que los jóvenes las conozcan desde dentro desde. Ellos pueden aportar ideas creativas y aterrizarlas, porque si desconocen la realidad del mundo empresarial, aunque tengan ideas, se pueden quedar en abstracto. Encontrar mentores -yo misma he trabajado con discapacidad- en las empresas que ayuden a adaptarse a esos entornos es muy importante. Sería bueno que una empresa dijera: que venga un grupo de jóvenes aquí y con su visión totalmente abierta plantee qué hacer ante los retos.

Al cierre de esta entrevista, MAPFRE tiene implantado un proyecto en Brasil titulado 1.000 ideas para el futuro. Recaba de niños y jóvenes ideas creativas para transformarlo y premiará las mejores. En MAPFRE confiamos en ti, ¿y tú?