FINANZAS | 25.03.2020
Regar de dinero a los ciudadanos, entre las medidas extremas que se plantean frente al coronavirus
Si hace solo dos meses, o incluso hace un mes, alguien nos hubiera dicho que este año el mundo sufriría un shock como el que estamos viviendo, que la economía mundial podría sufrir un colapso de hasta el 50% del PIB mundial durante unos meses, le habríamos tachado de loco.
Algo así no tiene precedentes en la historia contemporánea, porque ni siquiera en la II Guerra Mundial la economía se paró por completo, simplemente se reorientaron los recursos hacia la producción vinculada con el conflicto bélico. Y sin embargo, es eso exactamente lo que está sucediendo como consecuencia del Covid-19, la mayor emergencia sanitaria que el mundo ha enfrentado en el último siglo.
Ante situaciones extremas, se hace necesario considerar medidas desesperadas. Porque el virus está teniendo un impacto en vidas muy grande y es sin duda la prioridad absoluta ahora mismo, pero el coste económico, que aún no somos capaces de concretar, también se antoja que puede llegar a ser colosal.
Millones de personas pueden perder su empleo o sus fuentes de ingresos en las próximas semanas, cientos de miles de empresas pueden verse obligadas a quebrar por la paralización total de la actividad económica en el mundo desarrollado.
Ante esta situación, los distintos gobiernos están aprobando a la carrera grandes programas de estímulo económico, por importes masivos. Los bancos centrales también están inyectando liquidez y diseñando un abanico de medidas de política económica para sostener la circulación de las tuberías del sistema monetario.
Pero quizá ni esto sea suficiente, ante un shock simétrico de oferta y demanda que afecta sincrónicamente a todas las economías del planeta, y a todos los sectores productivos. Por eso están circulando propuestas que en circunstancias normales serían impensables.
Una de las aproximaciones heterodoxas a las posibles soluciones económicas es el llamado “helicopter money», que consistiría básicamente en imprimir dinero y repartírselo a todos los ciudadanos, sin ningún tipo de condiciones.
El término fue acuñado por Milton Friedman, pero fue el expresidente de la reserva federal Ben Bernanke, quien le dio visibilidad, al aludir a esta medida como una última bala, un tratamiento de reanimación cardiorespiratoria por parte de los responsables económicos ante una economía en estado de parada cardiaca.
Las ventajas son evidentes. Los trabajadores que han sido despedidos, y los autónomos que han visto desplomarse su negocio recibirían un aumento de ingresos bienvenido. Mientras tanto, las empresas podrían planificar con más confianza, sabiendo que los consumidores tendrían dinero extra para gastar una vez que finalicen los bloqueos. También supondría un estímulo para los inversores, si se da a los mercados financieros razones para creer que el consumo futuro puede compensar la depresión actual.
Aunque tampoco hay que pasar por alto los riesgos. Más allá del impacto en endeudamiento a largo plazo, una medida así conllevaría otros efectos adversos, como explica Gonzalo de Cadenas, director de análisis macroeconómico y financiero del Servicio de MAPFRE: “Independientemente de la forma que tomara una medida así, u otras similares como la que plantea la MMT, es evidente que tendría efectos visibles en el largo plazo, como es el caso de la inflación, que deben ser tenidos en cuenta a la hora de diseñas políticas públicas de guerra, aunque estén totalmente justificadas”.
En última instancia, el éxito de una iniciativa así dependería de cómo estuviera diseñada. Esto involucra dos cuestiones de política económica. La primera es cómo financiar este manguerazo de dinero: ¿deberían pagarlo los bancos centrales, imprimiendo dinero, o los gobiernos, recurriendo al endeudamiento de la manera habitual? La segunda cuestión es cómo se distribuye el dinero, ya sea a través de entrega de dinero en efectivo o a través de otros mecanismos.
Sobre la primera cuestión, parece existir consenso creciente en que la situación actual es tan dramática que requiere olvidarse temporalmente de la ortodoxia económica. La Comisión Europea ha suspendido la aplicación del pacto de estabilidad y crecimiento este año, y los gobiernos han declarado su voluntad de recurrir al déficit para financiar las medidas extraordinarias planteadas. Pero los bancos centrales también están lanzando todo su arsenal. En Europa se contempla incluso algo hasta ahora también implanteable, la emisión conjunta de deuda, a través de coronabonos.
Y sobre la segunda, de hecho algunos gobiernos ya están aplicando entregas de efectivo a sus ciudadanos. Hong Kong acaba de entregar HK$10.000 a cada uno de sus ciudadanos (unos 1.200 euros). Y la administración estadounidense está seriamente contemplando una medida de este tipo en las próximas semanas.
Claro que quizá en este caso la respuesta a uno y otro lado del atlántico termine tomando formas diferentes. En Europa es más fácil que esta discusión se reoriente hacia el concepto de renta mínima. De hecho Luis de Guindos, actual vicepresidente del Banco Central Europeo, ha defendido recientemente una «renta mínima de emergencia» durante la crisis del coronavirus. En la misma línea parece que trabaja también el Gobierno español, con una medida que no sería universal sino enfocada en los colectivos más vulnerables.
En cambio, en EEUU es más posible que se termine regando de dinero de forma indiscriminada a todos los ciudadanos, y esto tiene su explicación por la distinta forma en que están configurados los sistemas de protección social en ambas economías. Los estados europeos han construido desde la segunda mitad del siglo XX enormes redes de protección para sus ciudadanos (los denominados estabilizadores automáticos).
Hay algunos países donde las entregas de efectivo directo se consideran menos importantes porque tienen sistemas de beneficios sociales sofisticados y generosos. Alemania es un ejemplo de éxito en este sentido con su Kurzarbeit, donde se subsidia a los empleadores para mantener a los empleados en nómina durante la duración de la crisis.
Este tipo de medidas han sido tradicionalmente vistas desde EEUU como un derroche de recursos públicos. Pero ahora que ese país afronta despidos masivos y muchos empleados con fiebre acudiendo a sus puestos de trabajo para no ser despedidos… quizá la única alternativa a corto plazo sea subirse al helicóptero.